miércoles, 30 de julio de 2008

Liberacion sexual?? que tan malo puede ser??

“Haz el amor y no la guerra” se esgrimió como uno de los eslóganes de la revolución sexual en los díscolos años 60. Se desbarataban los tabúes del sexo, también en lo referente a las drogas. La literatura, la música, el cine, se hacían eco de los nuevos incentivos populares.

Pero la liberación sexual que parecía definitiva se apagó en los años 80 entre las tinieblas de una amenaza devastadora: el VIH o virus del SIDA. Una epidemia a la que se confirió la cota de designio divino, enviado para aplacar los excesos de la inmoralidad sexual. El desconocimiento y el miedo al contagio trasladaron a las sociedades más avanzadas del siglo XX una atmósfera de plaga medieval contra la que no cabía más salvaguarda que la abstinencia y la contrición.

Con el tiempo las investigaciones progresaron y aparecieron los primeros remedios y precauciones. A medida que descendieron los índices siniestrales del SIDA (aunque esto ha sido sólo privilegio del ‘primer mundo’) volvió a despojarse de culpas y fatalidades el sexo, detonando la que podría calificarse como última revolución sexual.

Ni entonces ni ahora ha faltado la droga, no como aliciente real del sexo, sino de la sociedad en general. La búsqueda de placeres algo identificativo del ser humano y tiene algo también de compulsivo en todas sus manifestaciones, una insatisfacción endémica que nos instiga al reclamo permanente.

La última revolución sexual ha encontrado un tiempo y modus vivendi exponenciales de esta tendencia a la saturación y a la ansiedad. La oferta y la demanda, la competencia desquiciada y el consumo urgente han extendido sus preceptos a la forma de entender el sexo. La última revolución sexual se ha encontrado que el sexo está ya inventado, pero a la vez, hay que ofrecer algo nuevo, seguir vendiendo. Y así es que, para reinventar el sexo, alguien se ha acordado de la droga.

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